"¿Alguien tiene ganas de leer?", dijo Agustina Paz Frontera con una sonrisa amplia mientras extendía su brazo hacia el auditorio. En la mano tenía el libro "Black out" de la periodista argentina María Moreno.
"Cuando pasé de la ginebra al whisky, sin que nadie se diera cuenta, me había graduado de periodista", leyó una mujer desde la primera fila. Cuando terminó la lectura, Agustina agregó: "las mujeres siempre que entramos a la cultura lo hacemos a través de la violencia". Primer golpe de bong.
El libro de María Moreno es uno de los mil libros que integran la biblioteca feminista Ni Una Menos, que impulsaron desde Latfem, un medio de comunicación feminista donde Agustina es co directora y editora, junto a María Florencia Alcaraz y Vanina Escales. Se trata de una colección de autores y autoras de libros feministas, entendiendo a éstos no como los que son escritos por mujeres sino como libros que producen un efecto de lectura feminista en las personas que lo leen.
De esa selección surgió la idea de hacer este taller denominado "Las otras. Taller de lectura de autoras de periodismo", que tuvo lugar el viernes 4 de noviembre en el subsuelo del BEC, en Bariloche, en el marco del Festival Iberoamericano de Periodismo Narrativo que organizó la Fundación de Periodismo Patagónico.
Pero, ¿quiénes son las otras? El colectivo hace referencia a todas aquellas escritoras que lograron y logran escribir en condiciones absolutamente desfavorables como consecuencia de la desigualdad de género. Esa desigualdad existe tanto dentro del campo del periodismo narrativo como en la comunicación en general. En números, sólo el 30 por ciento de los puestos en medios están ocupados por mujeres y según calculan organizaciones que se dedican a estudiar cómo son esos procesos, necesitaríamos 70 años para lograr la paridad si vamos a este ritmo de cambio cultural.
"Nadie quiere esperar 70 años por eso provocamos espacios como este", disparó Agustina. Segundo golpe de bong.
Si a principios de siglo XX Virginia Woolf definió a "las otras" como aquellas que no acceden al "cuarto propio" -en referencia a un lugar retirado de la casa donde poder escribir ajena a las obligaciones domésticas- durante el taller, Agustina no proponía preguntarnos quiénes son "las otras" de aquellas que sí acceden a las condiciones materiales necesarias para escribir, pero no pertenecen al canon de escritoras.
"Hay una autora que se llama Gloria Anzaldua que en 1980 escribió una carta a escritoras tercermundistas. La voy a leer", anunció.
"Qué difícil es para nosotras pensar que podemos ser escritoras, y más aún sentir y creer que podemos hacerlo. ¿Qué tenemos para contribuir, para dar?". La voz suave de Agustina se convirtió en un taladro que perforó subjetividades. "Nuestras propias esperanzas nos condicionan. ¿Acaso no nos dice nuestra clase, nuestra cultura, tanto como el hombre blanco que el escribir no es para mujeres tal como nosotras?". Se siente cómo por esos agujeros se empieza a colar la luz. "El hombre blanco habla: Quizás si raspas lo moreno de tu cara. Quizás si blanqueas tus huesos. Deja de hablar en lenguas, deja de escribir con la mano zurda. No cultives tu piel de color, ni tus lenguas en llamas si quieres tener éxito en un mundo de la mano derecha". Retumbaban las palabras pesadas en el silencio de un salón repleto, enmudecido.
Pensar lo femenino como una posición de alteridad respecto del centro. En esa clave, fueron apareciendo otras autoras feministas como Lina Meruane y su libro "Contra los hijos", donde se pregunta cuántas de las mujeres que han podido publicar son también madres, para dar cuenta de la desigualdad en relación al cuidado de los hijos. Se sumó también "Huaco retrato", de Gabriela Wiener, un libro donde la escritora peruana logra poner en tensión dos vertientes de la escritura feminista: la tendencia a hablar de la propia vida, de lo doméstico, de la intimidad; y la tendencia que contrapone a esa escritura del yo temas históricamente ligados al mundo masculino, como la política, la economía, la guerra.
Una mujer que estaba entre el público compartió un pensamiento: "Ahí se pone en tensión el concepto de política porque aparece lo político en lo íntimo". Levanté la cabeza de mis anotaciones para ver a quién estaba hablando. Hice un sondeo rápido: en ese auditorio donde cabía medio centenar de personas, conté sólo cuatro varones. Pensé: ¡qué lástima! Como ya se dijo, no basta con ser mujer para escribir un libro feminista.
Ahí apareció el periodista Alejandro Modarelli. En 2012 publicó el libro "Rosa prepucio. Crónicas de sodomía, amor y bigudi", que al estilo Lemebel habla de su sexualidad -que se sale de la heteronorma- con despojo y es una de esas historias personales que cuentan algo más: la historia de una cultura, de una sociedad, de una época. Ahí está su sentido.
"Ahora quiero que leamos este libro que se llama 'El invencible verano de Liliana', de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, que publicó en 2021", dijo Agustina tras el receso para tomar un café. Rivera Garza se convirtió en escritora para poder contar la historia de su hermana, asesinada por su novio treinta años atrás, cuando la palabra femicidio -o feminicidio, como dicen en México- no existía. El libro es potente en su relato pero también porque es un libro hijo de una época. Es un libro que pudo ser narrado gracias a las luchas feministas, especialmente de 2015 en adelante, que permitieron nombrar aquello que no tenía nombre, detectar la huella del patriarcado en el sistema judicial, tener una nueva sensibilidad respecto a las violencias formativas de género.
Agustina comenzó a leer un fragmento de "El invencible verano…". Nuevamente un silencio sepulcral cayó sobre el auditorio como un manto que lo cubre todo. Agustina se detuvo, hizo una pausa y volvió a estirar su brazo hacia el público. Uno de los varones presentes leyó la parte en que alguien encuentra debajo de una colcha el cuerpo de Liliana, con los labios morados y las marcas en el cuello de haber sido estrangulada. Se oye una tos nerviosa. Ángeles Alemandi, que se había sentado en la tercera fila, tomó su propio ejemplar y leyó una parte que había subrayado en la que hablan los padres de Liliana: "Fuera del cementerio hasta parecemos personas normales".
"Es mentira que el tiempo pasa. El tiempo se atora". Las palabras se oyen como en una poesía dramática y necesaria para aprehender nuestro tiempo. "Estamos encerrados en una burbuja de culpa y vergüenza preguntándonos una y otra vez qué fue lo que no vimos". Llegó la pregunta de terror: "¿Por qué no pudimos protegerla?". Gargantas carraspeaban como intentando sacudir la angustia y la vergüenza de vernos llorando rodeadas de extraños. "Y mientras se agacha sobre la tierra y llora sin discreción, siempre en silencio, me pregunto cuántas veces al día se acuerda de Liliana, de la cantidad de dinero que le exigieron en la procuraduría hace ya casi tres décadas para continuar con la investigación del feminicidio de Liliana, la mordida de rigor. Cuántas veces al día o al año se reprocha no haber tenido los fondos suficientes". Estábamos como alrededor de una hoguera donde en lugar de fuego teníamos un libro que nos convocaba, nos conmovía, nos obnubilaba. "Y la culpa no era de ella, ni dónde estaba ni cómo se vestía". "Quién en un mundo donde no existía la palabra feminicidio, las palabras terrorismo de pareja podía decir lo que ahora digo sin la menor duda: la única diferencia entre mi hermana y yo es que yo nunca me topé con un asesino. La única diferencia entre ella y tú".
Al finalizar, nadie pudo decir nada. La charla terminó con un aplauso cerrado.
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