Entre las aguas por las que transitó NAVE de No Ficción, el jueves 3 de noviembre, hubo una necesaria parada por el mundo del fotoperiodismo, a partir del conversatorio entre la investigadora argentina Cora Gamarnik y el economista y fotógrafo chileno Marco Sepúlveda, con la moderación del periodista Lautaro Bentivegna. “La fotografía en tiempos de insurgencia” se tituló la charla que navegó por la historia en imágenes de Chile y la documentación de la violencia política y social que atraviesa al país trasandino.
En un diálogo ondulante entre estas tres voces, uno de los primeros desafíos propuestos a Marco fue el armado de un listado de aquello que identifica como periodismo patagónico, es decir, qué define la praxis del fotógrafo chileno. La respuesta no se hizo esperar: la violencia y el despojo están en cada concepto, advirtió Sepúlveda. Cora, por su parte, añadió una de las problemáticas más relevantes del fotoperiodismo: el lugar subsidiario que ocupa dentro del periodismo y la imposibilidad del fotógrafo para decidir, cuando es, justamente, él quien pone el cuerpo o quien “está ahí” como enseña la etnografía. Por ello, la investigadora y docente de la UBA destacó la relevancia de un espacio dentro de NAVE de No Ficción y redobló la apuesta sugiriendo que, en una próxima edición, haya también una mesa de libros de fotoperiodismo en la feria que acompaña el evento.
La nave de la conversación zarpó hacia lo que fue el centro de la escena: cómo Marco documentó su vida y cómo vivió el estallido social de 2019, en Chile. Antes, al presentar a la tripulación, Lautaro señaló con claridad la anfibia condición de Sepúlveda que se mueve entre el mundo de los economistas y el de los reporteros gráficos. De allí, la ruta de vida fue completada por el mismo fotoperiodista, quien trazó un mapa no sólo de su historia personal, que daba cuenta de sus migraciones entre Chile y Estocolmo, sino -y, sobre todo- de los pasajes de la historia chilena: 1973, 1998 y 2019 resultan fechas íconos. En 1973, ante el Golpe de Estado, y como su padre fue un líder político encarcelado, Marco migró a sus doce años a Estocolmo donde creció. Regresó en 1998 a documentar el Plebiscito nacional de Chile por el sí o el no para que Pinochet continuara en el gobierno y ese viaje lo llevó a tomar la decisión de volver definitivamente a su país. Las fotos que tomó entonces, quedaron en diapositivas y recién ahora, con motivo de este encuentro las volvió a buscar para compartir con el auditorio. A medida que las mostraba en pantalla gigante a aquellas fotos en blanco y negro, se iba deteniendo en las multitudes embanderadas, los retratos de los rostros de presos y desaparecidos y dando detalles. En un momento se detuvo en la imagen de una mujer que abraza un bulto: “a mí la mirada de esa mujer me mata”, dijo. He ahí la punzada de la fotografía, diría Roland Barthes.
Cora Gamarnik explicó entonces que el fotógrafo no es un accesorio; que en él hay decisiones estéticas, políticas y éticas; que se trata del “estar ahí” para cubrir los hechos, en este caso puntual, cubrir el estallido.
Sobre el estallido de 2019, en un video que compartió donde trinchan la imagen los colores de la bandera chilena, en el escenario de una calle tomada por jóvenes que usaban de escudo sólo planchas frente a los carabineros protegidos y armados, Marco dijo, señalando la calle, “aquí fue, éste fue el lugar” en el que entendió que debía ser un documentalista de primera línea. Luego, remató con lo que, sin duda, fue una epifanía en la lucha social asimétrica: “Aquí estaba yo, en este espacio, escondido mirando lo que ocurría […] Llegó el momento en que tomé la decisión de meterme adentro”. De allí, continuó el relato del disparo en la espalda y cómo él no tenía escudo sino sólo su cámara. “Y ahí me di cuenta qué era lo que yo quería fotografiar”, dijo. Después habló del registro de ese lucha durante dos años, de la pandemia que, antes que salvar a Sebastián Piñera, lo condenó dejando al desnudo el modelo neoliberal; de los protocolos de seguridad que acordó con su esposa Elena ante un posible secuestro; del uso de dos cámaras simultáneas, una para filmar y otra para retratar; de las violaciones a las mujeres, los crímenes de lesa humanidad y los ojos perdidos. Resultó ineludible la referencia a Gustavo Gatica, el joven fotógrafo que perdió un ojo durante el conflicto en manos de los carabineros. El ojo y la fotografía, metonimias del fotoperiodismo insurgente.
Lautaro preguntó entonces a Cora: “¿quién es el protagonista en las fotos de Marco?”. Gamarnik aprovechó la ocasión para precisar qué es ser un fotógrafo de primera línea: conocer desde adentro lo que pasó, demostrar inteligencia para filmar una acción, construir una identidad a partir de la figura del escudo. Ahí se da una dimensión experiencial, hay una vestimenta para ir a la manifestación, se está contando con imágenes. Marco añadó que el debate y la disputa de sentidos no sucedía en los medios tradicionales sino en las redes sociales. Los medios criminalizaban los hechos y construían la estrategia de deshumanizar al enemigo para poder asesinarlo.
Cora volvió sobre la circularidad de las imágenes: producir, editar, subir a las redes sociales. Así queda el archivo. No todas las fotos llegan al libro, constituyen otras formas de archivo, el museo mismo del estallido. Marco contó cómo esta historia es negada todo el tiempo y se detuvo en la foto ícono del estallido conocida por todos: en un escenario crepuscular, la estatua del General Baquedano ha sido tomada por el pueblo, arriba flamean las banderas chilenas y en la cima un hombre lleva la mapuche. Lo icónico muestra una escena, es una imagen que se destaca, de fácil lectura, de belleza visual, se relaciona con las obras de arte que entran por la retina de los ojos. Cora planteó entonces el desafío: el construir nuevas imágenes. Hay imágenes que están fuera de tiempo, son herederas de otras imágenes. Se trata, ahora, de contrarrestar esas imágenes como sucede en la lucha por la ley por el acceso a la interrupción del embarazo, los pañuelos verdes son nuevas imágenes que son herederas de los pañuelos blancos, pero hay en ellas una vitalidad diferente. Aquí juega un papel fundamental la democratización del uso de imágenes con los celulares: por ejemplo, en el crimen de Santiago Maldonado, no hubo celulares ni cámaras, las últimas fotos fueron tomadas por gendarmería. “¿En manos de quién están las cámaras?”, remata Cora frente a toda la tripulación de la Nave de No Ficción.
Al final, anclaron el viaje hasta la próxima parada: la importancia de recorrer la Muestra de Fotoperiodismo patagónico que rodeaba, como otras forma de escudo, el salón de conferencias, y donde se destacaba, entre otras, la última foto del joven mapuche Rafael Nahuel en vida, tomada por Eugenia Neme.
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